¿En Chile el Estado ha sido capturado por las élites? ¿Es esta una de las causas de la crisis actual?
Lo que ocurre en Chile es un conflicto complejo y multicausal, por lo que nadie actualmente podría hacer un diagnóstico cerrado de lo que originó el estallido del 18 de octubre. Es lo primero que se debe considerar. Pero existen algunos consensos. De partida, parece un hecho evidente que las protestas que se originaron por el aumento del pasaje del metro escondían un malestar mayor que se venía incubando hace décadas. Una porción importante de la población que se siente al margen de la senda de desarrollo de los últimos 30 años y pide bienes sociales públicos al alcance de todos, que permitan tener mejor educación, salud y vejez. En Chile se vive una constante sensación de abuso: de que siempre se le mete la mano al bolsillo a los ciudadanos, aunque no a todos por igual. Hace algunos meses, en un reportaje televisivo se reveló que muchas viviendas de sectores acomodados tanto de regiones como de Santiago pagan menos contribuciones que las que deberían, de acuerdo a la ley. Resulta irritante para la mayoría de la gente de Chile que las paga con tremendo esfuerzo. Pero, lamentablemente, no es un caso aislado. En un país donde la salud y educación pública enfrenta serios problemas, un 70% de la población gana menos de 770 dólares mensualmente y 11 de los 18 millones de chilenos tienen deudas, según cálculos de la Fundación Sol. La vida –sobre todo en Santiago de Chile– se ha vuelto carísima. El precio de la vivienda en la capital ha aumentado hasta un 150% en la última década, mientras los sueldos apenas un 25%, según un estudio de la Universidad Católica. Son parte de los elementos que configuran una especie de tormenta perfecta.
¿Estimas que la deficiencia de la educación durante años es otra de las causas? ¿Por qué?
Lo decía el rector de la Universidad de Chile, Ennio Vivaldi, en una reciente columna en el diario EL PAÍS: “Como un edificio que se desploma cuando se destruye uno de sus muros estructurales, lo que vivimos hoy no hubiera ocurrido si no se hubiese arrasado con la educación pública en los niveles básico y medio. Y eso es lo que se ha venido haciendo por muchos años sin el menor remordimiento”. La dictadura militar (1973-1990) destruyó la educación pública en Chile, por lo que la brecha entre las niñas y los niños chilenos comienza desde el inicio de sus vidas. Y luego, las distancias entre unos y otros se acrecientan, en todos los frentes. No es casual que el descontento en este país haya brotado primero en forma de protestas estudiantiles: en 2006 y luego en 2011.
¿Éste estallido social será un parteaguas en la historia chilena, es decir, que habrá un antes y un después? De ser así, ¿Qué cambios fundamentales se pueden esperar?
Todo está en desarrollo. No me atrevería a predecir nada. Tampoco a cazarme con eslóganes. ¿Quién hace lo que ocurra mañana? Pero existen algunos indicios: esta es la mayor crisis política y social que se haya producido en Chile desde el retorno a la democracia en 1990 y la que ha movilizado a mayor cantidad de gente, al menos en las últimas tres décadas (1,2 millones de personas en una ciudad de siete millones de habitantes, que se concentraron en el centro de Santiago el viernes 25 de octubre). En estos días, a su vez, se ha visto una violencia inédita: “Ni el tránsito de la dictadura de Pinochet a la democracia vio los niveles de destrucción que hemos visto en estos días”, indicó el ex presidente socialista Ricardo Lagos, en entrevista con EL PAÍS. ¿Cambios fundamentales que se podrían esperar? El presidente Sebastián Piñera se ha abierto a un cambio a la Constitución de 1980, redactada en el régimen militar y vigente hasta nuestros días. En el Parlamento, a su vez, se discuten reformas a las pensiones y al sistema tributario, un punto clave que debe abordarse en Chile. La carga tributaria se ha mantenido prácticamente igual en las últimas décadas, en torno al 18% y 20% respecto al producto nacional bruto. Los europeos están todos alrededor del 35-40% y Estados Unidos, en cerca del 30%.
¿Qué tanto han influido actores externos en la crisis chilena, para bien o para mal? ¿Puede hablarse de “efecto contagio”?
No tengo elementos para afirmar o negar la presencia de actores externos en la crisis chilena. Pero dos puntos interesantes: uno de los fiscales que investiga los ataques al metro de Santiago –con pérdidas valoradas en 376 millones de dólares– señaló que se usaron acelerantes para el fuego (aunque no se sabe si estaban o no en el mercado local), que hubo simultaneidad en los ataques y que se revisan cámaras de hasta 7 días antes del 18 de octubre. Es decir, que se trabaja con la hipótesis de que la destrucción no fue simplemente producto de la protesta desbordada. Un segundo asunto tiene relación a la pregunta: ¿gran conspiración o un gran contagio? Las dos, señalaba Moisés Naim en EL PAÍS. Los disparadores de las protestas son muy locales, explicaba (el pasaje del metro en Chile, por ejemplo). Una vez que toman fuerza, es muy probable que agentes de regímenes adversos al Gobierno hagan cuanto puedan por apoyar a quienes protestan.
¿Cuál es el futuro de Sebastián Piñera?¿Qué actores se vislumbran en el panorama chileno como posibles sucesores con capacidad de diálogo y de generar nuevos consensos?¿Ésta crisis impulsa a algún nuevo movimiento en particular?
No parece posible ni menos aún probable que Sebastián Piñera no termine su mandato, aunque determinados sectores busquen su salida. Además, en ese caso hipotético, ¿quién lo reemplazaría? Parte del problema de Chile es que no existen liderazgos en la política y que las instituciones democráticas –el Gobierno, el Parlamento, los partidos– no tienen la confianza de los ciudadanos. Nadie –ni la derecha ni la izquierda ni el centro– puede decir que representa lo que ocurre en la calle. Ni el Frente Amplio (que mira a Podemos en España) que nació justamente luego de las protestas sociales de 2011. Si el presidente tiene un 13% de popularidad, los partidos están todos en torno a esas cifras e incluso peor.
¿Por qué se protesta ahora y no antes?
No es la primera vez que se protesta. En 2006 estalló el movimiento de los secundarios. En 2011, también hubo movilizaciones, encabezadas por los estudiantes universitarios, pero a las que se sumaron múltiples actores de la sociedad civil con demandas diferentes, como la de las pensiones. El malestar no es nuevo ni necesariamente contra este Gobierno, sino contra un tipo de sociedad. ¿Podría haber ocurrido en una Administración que no fuese ésta? Imposible saberlo. Pero hubo al menos asuntos que empujaron a la indignación que se manifiesta, ahora, con tanta fuerza. Al anunciar las cifras del IPC de septiembre, el removido ministro de Hacienda, Felipe Larraín, hizo un llamamiento “a los románticos” a comprar flores, que habían disminuido su precio. Fue al menos una provocación para la inmensa mayoría de la población. Lo mismo que las palabras de Juan Andrés Fontaine, que lideraba el Ministerio de Economía, que indicó que los habitantes de Santiago podían levantarse todavía más temprano para ir a sus trabajos y, de esa forma, no verse afectados por el alza de la tarifa del metro. Sus palabras fueron también una bofetada para los ciudadanos que, en promedio, pueden llegar a tardar hasta dos horas en traslados cada mañana en la capital. Las contribuciones rebajadas que el presidente Piñera pagaba en una de sus casas de descanso –que se conoció hace algunos meses– tampoco ayudaron.
¿La política chilena se está polarizando o cabe vislumbrar la posibilidad de alcanzar consensos de Estado?
Lo que se observa en estos días en la sociedad chilena: intolerancia, descalificación, irresponsabilidad. Está por verse si las instituciones democráticas estarán a la altura de las circunstancias.
Ante la pobre salud de la democracia en América Latina en la actualidad, ¿Cuál es el papel que pueden jugar los medios de comunicación?
No me gusta dar lecciones a nadie ni pontificar sobre el oficio. Pero como me enseñaron mis grandes maestros, el primero de ellos, el fallecido Miguel Ángel Bastenier, a quien perdimos demasiado pronto: los periodistas debemos informar con rigurosidad y ayudar a comprender este tipo de fenómenos complejos. Este momento no es de blancos y negros, a mi juicio, sino de una complicada realidad en escala de grises –con distintos elementos– que es necesario contar y explicar. El periodismo no debería quedar a merced de los intereses de unos y de otros que sobrevuelan nuestra agitada región.
¿Cuál fue tu experiencia en el master de periodismo EL PAÍS-UAM y posteriormente en la redacción de Madrid?. ¿Algún mensaje para los becarios de esta promoción?
La beca de la Fundación Carolina marcó para siempre mi formación y mi carrera. Siempre estaré agradecida de la oportunidad. Tenía 26 años, recién comenzaba en el oficio y sin su ayuda jamás podría haber estudiado el Máster de Periodismo de EL PAÍS, el periódico donde aprendí y sigo aprendiendo. Tuve grandes maestros en la sala de clases. Por ejemplo: Sol Gallego, Joaquín Estefanía, Belén Cebrián, Macu de la Cruz, Camilo Valdecantos. Y luego, en la redacción, tuve el privilegio de aprender de gente estupenda: Carlos Castro, Sol Fuertes, Victorino Ruiz de Azúa, entre tantos otros. Muchos de mis mejores amigos los conocí en Madrid entre 2007-2009, que no solo son grandes profesionales, sino grandísimas personas. ¿Un mensaje para los becarios de esta promoción? Disfruten cada día como que fuera el último, porque luego deben regresar a sus países a poner en práctica lo aprendido gracias a la Fundación Carolina. Cuando faltan las fuerzas, recordar el cielo azul de Madrid y sus nubes, sirve como un gran empujón.