Decía José Ortega y Gasset que “Los hombres no viven juntos porque sí, sino para acometer juntos grandes empresas”. La naturaleza global de los principales retos a los que la humanidad se enfrenta hoy dota de plena actualidad a las palabras del gran filósofo español del siglo XX. Desafíos como la lucha contra el cambio climático, la reducción de las desigualdades socioeconómicas o el acceso universal a la energía en condiciones seguras y asequibles son de carácter transnacional y, por tanto, las medidas para afrontarlos con éxito también deberán trascender las fronteras.
En este mundo cada vez más conectado e interdependiente, la tarea de alcanzar un modelo de desarrollo verdaderamente sostenible e inclusivo no puede sino basarse en una colaboración profunda entre todos los actores de la sociedad. Organismos internacionales, gobiernos, empresas y sociedad civil tienen ante sí la responsabilidad conjunta de crear las condiciones necesarias para que todos los habitantes del planeta puedan llevar una vida mejor sin comprometer la salud de este nuestro hogar común.
Precisamente, la Agenda 2030 de Naciones Unidas nació con esa vocación de gran alianza global al servicio de las generaciones presentes y futuras. Sus 17 Objetivos, que abarcan las esferas económica, social y ambiental, constituyen un llamamiento claro y concreto a la acción de todos para hacer nuestras sociedades más justas.
Latinoamérica ha sido una de las regiones cuyos gobiernos han asumido un mayor compromiso con esta hoja de ruta en pro de la sostenibilidad global. Entre 2016 y 2018, 22 países de América Latina y el Caribe acudieron voluntariamente ante el Consejo Económico y Social de Naciones Unidas para mostrar sus progresos en el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), y sus Jefes de Estado y Gobierno firmaron, en el marco de la XXVI Cumbre Iberoamericana de 2018, la “Declaración de Guatemala” por la que acordaron adoptar plenamente dicha Agenda en sus decisiones.
Los responsables políticos de la región responden así a las inquietudes de la población latinoamericana. Estudios recientes muestran, por ejemplo, que el cambio climático –recogido en el ODS 13– constituye ya la principal amenaza para los ciudadanos de países como México, Brasil y Argentina[1], en línea con la tendencia registrada a escala mundial. Y es que, tal y como afirma Naciones Unidas, el calentamiento global se halla, junto con los conflictos bélicos, entre los factores que más contribuyen al crecimiento en el número de personas que se enfrentan al hambre, a desplazamientos forzosos y a problemas de salud por la contaminación del aire, además de limitar el progreso hacia el acceso a servicios básicos relacionados con el agua y el saneamiento[2].
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible representan una oportunidad histórica para Latinoamérica. Llevar la Agenda 2030 a buen término nos obliga a acelerar la transformación de nuestras sociedades, demostrando que es posible mejorar el crecimiento y la productividad logrando al tiempo reducir la desigualdad en sus diversas dimensiones, mejorar las condiciones laborales, impulsar ciudades más sostenibles o profundizar en el cuidado del medio ambiente.
Pero, como decía, esta tarea no corresponde en exclusiva a las instituciones políticas. Nos concierne también a todos los demás actores emprender las acciones necesarias para convertir las amenazas a las que nos enfrentamos en oportunidades de mejora de la competitividad y el progreso. La colaboración del sector empresarial es particularmente importante, dada su capacidad para impulsar el crecimiento y la creación de empleo.
En Iberdrola así lo entendimos hace ya décadas. Asumimos esta responsabilidad en cada uno de los países en los que estamos presentes siendo plenamente conscientes de nuestro potencial para aportar, a través de nuestra actividad, soluciones concretas que beneficiaran a sus ciudadanos. Y, años después de incorporar de forma pionera los Objetivos de Desarrollo Sostenible a nuestra estrategia y a nuestra Política de Sostenibilidad, nos hemos convertido en una compañía referente en su consecución.
Para lograrlo, fue imprescindible alinear plenamente la actividad principal de la empresa con los ODS, fomentando el suministro de energía asequible y no contaminante y la lucha contra el cambio climático (objetivos 7 y 13) a través de la inversión de 100.000 millones de euros en energías renovables y redes eléctricas.
Veinte años después, el tiempo nos ha dado la razón: muy pocos dudan ya de que la electrificación de la economía se halla en el epicentro de la solución del calentamiento global y de la contaminación del aire, problema que afecta especialmente a las grandes ciudades y provoca unos 5 millones de muertes prematuras al año en el mundo, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud[3].
La electrificación permite sustituir otros usos de la energía menos eficientes, pero también extender el acceso a servicios energéticos asequibles, fiables y modernos a aquellas personas que hoy carecen de ellos. En Iberdrola lo estamos haciendo con programas como “Electricidad para Todos” por el que, desde su lanzamiento en 2014, hemos llevado ya la energía eléctrica a más de 5 millones de personas, mayoritariamente en Latinoamérica. Y, en los próximos diez años, aspiramos a triplicar el número de beneficiarios de esta iniciativa.
La Agenda 2030 es, pues, un componente esencial del marco de relación de Iberdrola con todos sus grupos de interés en el mundo. Y, por supuesto, también en Latinoamérica, donde producimos, distribuimos o comercializamos energía sostenible y de calidad para cerca de 60 millones de personas en Brasil y México.
El compromiso de nuestra compañía con el desarrollo energético y económico de la región abarca desde el fortalecimiento de sus sectores industriales a la generación de empleo de calidad, aportando anualmente 6.700 millones al PIB combinado de México y Brasil y generando casi 200.000 empleos[4]. La actividad de Iberdrola promueve de forma directa la protección del medio ambiente y los ecosistemas, la innovación tecnológica y la producción y el consumo responsables.
Contribuimos también al cumplimiento del resto de los ODS en ámbitos como la salud y el bienestar, la educación y la cultura, la igualdad de género o la reducción de la pobreza, en estrecha colaboración con miles de empleados que llevan a cabo actividades de voluntariado y a través de alianzas con otras instituciones. Un ejemplo paradigmático del éxito de esta última fórmula es la relación entre Iberdrola y la Fundación Carolina, forjada a lo largo de casi dos décadas de trabajo para la promoción de la cooperación cultural, educativa y científica entre España y los demás países iberoamericanos.
La aportación de las empresas al bienestar de las personas y al cuidado del planeta no es una mera cuestión de filantropía, sino que constituye un verdadero deber moral y, por tanto, forma parte indisoluble de su razón de ser como instituciones. El establecimiento de un programa común como la Agenda 2030 -y los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible que la desarrollan- es el punto de partida idóneo para que todos, desde nuestra posición, contribuyamos de manera urgente a la construcción de un modelo de sociedad más próspero, saludable y equitativo.
[1] Según Pew Research Center’s Spring 2018 Global Attitudes Survey.
[2] Según el “Informe de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2018”, de Naciones Unidas.
[3] Informe “Calidad del Aire y Salud” de la Organización Mundial de la Salud (mayo de 2018).
[4] Estudio de PwC “Impacto económico, social y ambiental de Iberdrola en el mundo” (2019).