Iberoamérica está ante una encrucijada de varios caminos y muchas más advertencias. La persiguen cuatro grandes tendencias que la fuerzan a decidirse: el cambio climático, las revoluciones tecnológicas, la polarización social y la desigualdad. Quedarnos parados es arriesgarnos a perder nuestro objetivo de cohesión social, nuestro medioambiente, nuestra dignidad laboral y nuestros sistemas democráticos. Hay que tomar un camino, y ese camino es la Agenda 2030, la única narrativa positiva que nos queda en un mundo político dominado por narrativas populistas. La única narrativa posible, la única que responde a cada uno de nuestros retos de manera transversal y comprometida.
Nuestra región ha enfrentado innumerables desafíos. Los de hoy podrían verse como la continuación de los de ayer. Pero la realidad es que, si bien los nuevos retos se unen a los viejos, lo cierto es que estos retos no son del todo nuevos, tanto en su dimensión como en sus dinámicas particulares.
La desigualdad que representa un futuro del trabajo donde solo una minoría de la población tiene acceso a las tecnologías y al trabajo formal y bien pagado es muy distinta a la del ayer donde el trabajo era mal pagado pero irremplazable. La polarización en tiempos de Twitter es muy distinta, y quizás mucho más profunda y cotidiana, que la polarización de una sociedad que aún solo se encontraba a sí misma caminando por las calles. Hasta hace menos de cuarenta años el cambio climático no era sino una sospecha.
El contrato social que hicimos entonces, que mal que bien nos ayudó a luchar estos retos, no nos servirá para afrontar las tendencias del mañana. Las profundas transformaciones del siglo 21 requieren instituciones que tengan de premisa el futuro. Que no solo respondan: que nos preparen.
Los conceptos han cambiado: la educación, en un mundo donde ya no existirán profesiones de por vida, donde la gente cambiará constantemente de trabajos que requieren distintas habilidades, ya no puede ser un asunto que termina a los 25 años – necesitamos crear un ecosistema de aprendizaje continuado a lo largo de la vida y legislar para que nuestros ciudadanos y ciudadanas tengan el derecho universal de accederlo.
Las instituciones laborales, en un presente donde ya tenemos una creciente cohorte de trabajadores informales, precarios autónomos, nómadas digitales, gremios multinacionales, jornaleros virtuales, ya no pueden basarse en sindicatos y derechos que asumían que los trabajos eran empleos de por vida – debemos crear sindicatos digitales y multi-gremiales, fortalecer nuestras garantías sociales para personas transitando entre empleos, actualizar nuestros derechos laborales para que sean independientes del trabajo realizado, para que los beneficios acumulados transiten también con nosotros.
Los modelos empresariales que asumían que el costo de operaciones era una simple ecuación de contabilidad interna, en un mundo donde vemos año tras año el verdadero costo ambiental de la producción no sostenible, ya no pueden ser considerados como económicamente válidos o viables – necesitamos llevar una transición hacia el Cuarto Sector de la economía, hacia la producción responsable y sostenible, hacia la inversión continuada en los recursos humanos y naturales.
Y por último, la discusión política, en esta encrucijada que advierte que los problemas mayores son futuros y no pretéritos, que son globales y no parciales, pues si algo compartimos es trabajo, medioambiente y sociedad, ya no puede mirar a un atrás donde estuvimos separados sino a un frente donde nuestros destinos están entrelazados – como ciudadanos debemos ser conscientes de la realidad y magnitud de los retos que ya nos están afectando, y activarnos en dar un cambio positivo a la polarización actual.
El nuevo contrato social iberoamericano del siglo 21, centrado en la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible, por tanto deberá basarse en cuatro premisas principales: nuevos derechos, nuevas ideas, nuevos mercados y nuevas personas. Tendrá que ser verde, inclusivo, conciliador y concienzudo. Apostar por mejores instituciones laborales, educativas, empresariales y políticas. Ser presentado en democracia y ratificado en sociedad.
El reto es convencer a la gente. Nuestro actual contrato social fue más una reacción que en una premonición. Una reacción a guerras mundiales, décadas de dictadura y de crisis económica. Hoy día no tenemos más alternativa que adelantarnos: el futuro corre más rápido que nosotros. Pero la tecnología, que promete mayor crecimiento, fortalecer el combate contra el cambio climático, impulsar la interconectividad ciudadana y ampliar nuestros modelos educativos, puede salvarnos.
Así que pongámonos sus zapatillas, veamos nuevos horizontes, cojamos el camino de la Agenda 2030 y el nuevo contrato social – y echémonos a andar.