Cecilia Güemes
“The future whisper while the present shouts”, sentenciaba con preocupación Al Gore. La frase sistematizaba las causas de la mirada cortoplacista que caracteriza a los gobiernos, a la vez que alertaba sobre sus consecuencias y costes económicos, políticos y sociales. La incapacidad de empatizar con riesgos que no se experimentan, con problemas que no son visibles, y cuyo tratamiento tienen poco retorno electoral, dificulta que los asuntos que afectan a generaciones futuras se incluyan en la agenda.
Si el futuro es un entremedio frágil y en construcción, abordarlo supone emprender acciones de diferente naturaleza. Para empezar, se trata de identificar tendencias para poder anticiparse y diseñar respuestas. Que esa parte del futuro que será una extensión del presente, que puede ser pronosticado y que es probable, no encuentre desprevenidos a los tomadores de decisiones y los obligue a improvisar, a salir del paso con escasa capacidad de ajuste a valores normativos que compartimos. Así, si existe evidencia de que el cambio climático se profundizará y afectará a poblaciones costeras y más vulnerables, es oportuno desarrollar reflexiones y acciones que sirvan para, si ya es tarde para prevenir, al menos mitigar los efectos. El conocido como Ministerio del Futuro sueco se focalizó justamente en el cambio climático, y también en el futuro del trabajo y la cooperación, como temas claves de futuro.
Para seguir, y más allá de los ejercicios prospectivos y escaneo de tendencias, el futuro puede diseñarse y, para ello, es preciso crear colectivamente imágenes y narrativas que articulen preferencias y expectativas. La creación de utopías, el diseño especulativo y la ciencia ficción son útiles en este punto. Experiencias como las que ofrece el Lab del Museo Futurium en Berlín o el proyecto “Uninvited guest” desarrollado por Superflux buscan trasladar a un público más amplio la creatividad y la reflexión crítica desde el pensamiento de diseño y la experimentación con los futuros.
Diseño de futuro en acción, en Yahaba, Japón. Foto: Masaaki Takahashi y Ritsuji Yoshioka
Ahora bien, tradicionalmente asociadas a excéntricos, expertos o artistas, el pensamiento de futuro debe potenciarse, auspiciarse y democratizarse. Debe dejar su tradicional aislamiento y permear otros espacios, e inspirar el armado colaborativo y participado de un futuro más justo y equitativo al que aspirar. En Japón, desde 2015, la experiencia “rebeldes del tiempo” logra de un modo participado involucrar a la ciudadanía en la imaginación y sensibilización con el futuro. Mediante asambleas ciudadanas se invita a los residentes locales a reuniones públicas para discutir y elaborar planes para los pueblos y ciudades donde viven.
Anticiparse al futuro probable y/o posible, y diseñar el futuro deseable y/o preferible puede lograrse de dos maneras. La más usual es promoviendo espacios y organizaciones de expertos (léase comités, unidades, laboratorios) abocados al estudio prospectivo o experimentación alternativa e imaginativa dentro de los parlamentos o gobiernos, o por fuera de ellos. Otro modo, más desafiante pero más democrático, es promover la alfabetización del futuro dentro de las instituciones y fuera de ellas. Se trata de cultivar habilidades y competencias en la ciudadanía que la sensibilicen con el futuro, que le permitan experimentar con metodologías de trabajo innovadoras, y asignen tiempo y valor a la proyección de una sociedad deseable.
Ahora bien, pensar el futuro debería ser una reflexión normativa y un ejercicio empírico que no quedara limitado a sociedades que pueden permitírselo porque ya tienen cubiertas sus necesidades básicas. Tampoco puede ser un ejercicio que se limitara a enlistar catástrofes venideras y sembrar el pánico sobre un destino inexorable. Resulta interesante en este sentido recuperar el impulso del pensamiento crítico latinoamericano de los años setenta y abocarse a la tarea de demostrar la viabilidad material de futuros deseables. Un diseño de futuro que integre la dimensión técnica, filosófica y ética.
El Modelo Mundial Latinoamericano, conocido como informe Bariloche, se iniciaba diciendo:
“Cualquier pronóstico a largo plazo sobre el desarrollo de la humanidad se funda en una visión del mundo basada en un sistema de valores y en una ideología concreta. Suponer que la estructura del mundo actual y el sistema de valores que la sustenta pueden ser proyectados sin cambios hacia el futuro, no es una visión “objetiva” de la realidad, como a veces se sostiene, sino que implica también una toma de posición ideológica. Por eso, la diferencia que suele establecerse entre modelos proyectivos y normativos a largo plazo es esencialmente falaz.”
Los elementos básicos para cualquier sociedad deseable, sistematizada 30 años después por Gilberto Gallopín, uno de los autores del trabajo, eran: a) la equidad a todas las escalas; b) el no consumismo: el consumo no es un fin en sí mismo; la producción está determinada por las necesidades sociales en lugar de la ganancia, y la estructura y crecimiento de la economía están estructuradas para constituir una sociedad intrínsecamente compatible con el medio ambiente; c) el reconocimiento de que, más allá de las necesidades básicas, lo necesario es social y se pueden definir de diferentes maneras en diferentes momentos por diferentes culturas y por diferentes formas de organización societal. Por ello, se asignaba la más alta prioridad a la participación de los miembros de la sociedad en las decisiones, como un fin en sí mismo y como un mecanismo principal para establecer la legitimidad de las necesidades en la nueva sociedad.
A veces, volver atrás es ir hacia delante, y escuchar al Sur, tomar conciencia de lo global. Existen límites materiales y naturales (agotamiento de recursos naturales y cambio climático) que impiden que el futuro sea una continuación del presente. Pero son los límites de la imaginación los que nos paralizan y dificultan soñar un futuro mejor, y son los límites sociopolíticos los que nos impiden dar forma al futuro deseable. La esperanza no debe esperarse, sino construirse activamente.
En tiempos de descontento, desafección y desconfianza ciudadana en las instituciones, donde se consolidan peligrosos movimientos y reacciones conservadoras e iliberales, es mejor evitar propuestas tecnocráticas. Merece la pena apostar por un diseño del futuro democrático, público y abierto, que integre y construya desde el diálogo, que gestione la conflictividad consustancial de nuestras sociedades y la diversidad de su ciudadanía, a la vez que incorpore y tenga como referencia los derechos de generaciones futuras.