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¿Bipolaridad, multipolaridad o crisis de globalización?

¿Bipolaridad, multipolaridad o crisis de globalización?

Lugar y fecha de celebración:
26 de mayo de 2021, en el canal YouTube de CRIES

Participan:
Mariano Turzi, Universidad del CEMA y Universidad Austral, Argentina
Caterina García Segura, Universidad Pompeu Fabra (UPF), España
Paulina Astroza, Universidad de Concepción, Chile
Camilo López Burián, Universidad de la República, Uruguay

Modera:
Andrei Serbin Pont, CRIES, Argentina

El miércoles 26 de mayo de 2021, la Fundación Carolina, junto con la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (CRIES), organizó la tercera sesión de su ciclo de webinarios dedicados a analizar la inserción de América Latina en el escenario de reconfiguración del sistema internacional. Bajo el título, “¿Bipolaridad, multipolaridad o crisis de globalización?”, se contó con la presencia de Paulina Astroza, profesora de la Universidad de Concepción en Chile; Mariano Turzi, de la Universidad del CEMA (Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina) y de la Universidad Austral; Caterina García Segura, profesora de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona; Andrés Serbin, presidente de CRIES; y Camilo López Burian, profesor de la Universidad de la República en Uruguay. Andrei Serbin Pont, director de CRIES, moderó el debate.

Multilateralismo y multipolaridad

La sesión se inició precisando la definición de los conceptos en debate. Mariano Turzi explicó cómo, en relaciones internacionales, el multilateralismo cobra distintos significados. Hay un multilateralismo basado en la unipolaridad, que hace referencia a la modalidad liberal impulsada por Estados Unidos, y que se encuentra por ejemplo expuesta en la obra de John Ikenberry. Ahora bien, tanto en la década de los años sesenta, con el movimiento de los países no alineados, como a partir de finales de los años ochenta y principios de los noventa, con el inicio de la interdependencia compleja, se constatan otros tipos de multilateralismo, ya no unipolares, sino multipolares. Esto también se ha reflejado en América Latina, tanto en tiempos de Guerra Fría, como a partir de finales de la década de 2000, cuando aparecieron organismos regionales como la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) o la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Centrando el análisis en la actualidad, hay que tener en cuenta que la multipolaridad no se identifica con un multilateralismo de signo global, sino que más bien alude a multilateralismos de alcance regional; de modo que la multipolaridad, más que reducir la competencia entre regiones, la incrementa.

Por su parte, Caterina García Segura profundizó en el significado del concepto de polaridad. Y es que esta noción apunta, ante todo, a los polos de poder de un sistema interestatal. Sin embargo, advirtió, actualmente existen otros actores que participan e influyen en la distribución del poder mundial. En consecuencia, sería más acertado hablar de centros de poder, y de “multicentrismo”, puesto que, si se habla de polos, se está reforzando una visión estato-céntrica de las relaciones internacionales, que además entiende el poder de forma relacional, dejando de lado el análisis sobre los factores estructurales del sistema.

Ciertamente, si se parte del concepto de multipolaridad como reparto de poder entre distintos Estados, en el escenario global no hay ninguna potencia autosuficiente, que se baste por sí misma o tenga la capacidad para imponer normas y valores sobre las demás. Pero en todo caso, ni el concepto de multipolaridad, ni los clásicos modelos de unipolaridad y bipolaridad, resultan ya analíticamente útiles. De ahí que se hayan propuesto nuevos conceptos, como el de “unimultipolaridad”, acuñado por Samuel Huntington y referido a la situación de interdependencia sistémica de una superpotencia; o el de “heteropolaridad”, relativo a la introducción de nuevos actores en el reparto de poder global. García Segura, reivindicó, por su parte, el concepto de multipolaridad compleja, que alude a una distribución múltiple del poder entre diversos actores, sean o no Estados, dentro de un contexto de interdependencia, dado que todos ellos se necesitan mutuamente.

En ese sentido, Paulina Astroza indicó que nos encontramos en un mundo de transformaciones y cambios estructurales, donde además se ha incrementado la incertidumbre. Por ello, las herramientas analíticas que hasta ahora se ha empleado para explicar el mundo se están quedando obsoletas, cuestión que obliga a un ejercicio de reflexión conceptual que capture la complejidad del momento y lleve a mejorar el diagnóstico sobre el sistema internacional; un sistema que, en todo caso, no puede entenderse en términos binarios, sino que funciona de forma policéntrica, dando incluso pie a que se abran espacios de autonomía regional.

En este mismo plano teórico, Camilo López Burian, resaltó cuatro aspectos clave. En primer lugar, coincidió en que acudir al lenguaje de la polaridad no resulta útil. Asimismo, insistió en la importancia de estudiar cómo varían las capacidades de agencia en función del orden hegemónico global, adoptando para ello un enfoque neogramsciano. En tercer lugar, defendió la relevancia de pensar históricamente, ya que toda teoría entronca con los hechos del pasado. Y por último, incidió en la necesidad de cuestionar las narrativas que en ocasiones proyectan los discursos teóricos, como los de la polaridad, puesto que fundamentan visiones políticamente interesadas. Toda teoría es performativa, impulsa a la acción y sirve para un propósito.

Recuperando este aporte, Caterina García Segura concluyó que, en efecto, no cabe hablar ni de escenario bipolar ni de “nueva Guerra Fría”, detectando una evidente intencionalidad política en el discurso académico del retorno de la geopolítica, que a menudo pretende legitimar determinadas tomas de decisión. Y es que, al recurrir a interpretaciones que enfatizan la confrontación entre potencias emergentes y tradicionales, se encubre la incapacidad de estas últimas para adaptarse a un nuevo contexto e integrar institucionalmente a nuevos actores.

China, Estados Unidos y el futuro de la globalización

Bajo un prisma clásico, señaló Paulina Astroza, cabe hablar de dos grandes actores globales: China y Estados Unidos, cuya rivalidad comercial y tecnológica —en materia de digitalización, big data, 5G, etc.— sigue en ascenso, pese al cambio presidencial en ese último país. Adviértase, en este sentido, que China está destinando alrededor del 7% de su PIB a tecnología. Por tanto, según este enfoque, la disputa de poder puede leerse en términos de bipolaridad. No obstante, si en el análisis se integra la dimensión económica y financiera, resulta más pertinente referirnos a una multipolaridad compleja, en las que se dan lógicas de “rivalidad cooperativa”, en las que además no se puede dejar de lado el papel de la sociedad civil, el sector privado, las multinacionales, etc.

En consecuencia, la rivalidad entre China y Estados Unidos depende de la dimensión a analizar. Es posible que la llegada de Joe Bien a la presidencia estadounidense contribuya a matizar dicha rivalidad, aunque su retórica no está exenta de una narrativa bipolar que el discurso de recuperación del liderazgo de Estados Unidos refuerza. Sin embargo, dado que el escenario global no es realmente bipolar, Biden está apostando por un enfoque multilateral, en donde la crítica a China no se realiza en términos de confrontación directa, sino indirectamente, recordando que en la articulación de una gobernanza global no caben prácticas desleales o de ciberespionaje.

A continuación, Mariano Turzi presentó cinco dimensiones en las que la globalización está experimentando una transición. La primera es la económica, que se produce por la aparición de las llamadas economías emergentes. La segunda es la transición política y, más concretamente, la del desplazamiento del poder del Norte al Sur. En tercer lugar, e inmediatamente vinculada con la anterior, se encuentra la transición en el terreno geopolítico, cuyo centro de gravedad ha pasado del Atlántico al Pacífico. Asimismo, se está produciendo una transición de tipo cultural entre Occidente y Oriente. Aun con la cautela de no recaer en estereotipos, es preciso atender a los distintos patrones que en estos espacios condicionan las relaciones entre el Estado y la sociedad civil, o entre el poder espiritual y el temporal. Por último, la quinta transición se refiere al paso del mundo real al virtual, que actualmente se denomina digital. En el marco de estas dimensiones cabría identificar de forma más precisa distintos patrones de bipolaridad, multipolaridad y unipolaridad.

En su reflexión, López Burian subrayó el momento de “gran transformación”, utilizando la expresión de Karl Polanyi, que se está produciendo a escala global. De acuerdo con una perspectiva de medio plazo, nos encontramos ante una crisis orgánica, sistémica, que está dado paso a nuevas formas de relación entre el capital y el trabajo, y a una transnacionalización económica en gran medida determinada por la digitalización. El riesgo de esta circunstancia, en la que, por decirlo con Gramsci, “lo nuevo no acaba de aparecer y lo antiguo no acaba de desaparecer”, es que en este “claroscuro” han nacido monstruos, que han adoptado la forma de movimientos iliberales. Se trata de actores reaccionarios, que actúan desde dentro del sistema y lo condicionan y a los que, justamente, les es útil emplear el lenguaje de la lógica confrontativa bipolar.

Por su parte, la profesora García Segura introdujo la distinción entre la perspectiva globalista y la globalización realmente acontecida. La primera evocaba un mundo cosmopolita, en el que se podrían articular instituciones comunes, y gestionar conjuntamente la provisión de bienes públicos globales. Sin embargo, la globalización real fue fruto de una serie de decisiones políticas, que impulsaron un tipo muy determinado de economía e intercambios financieros y comerciales. Esta globalización, que en un principio también se presentó como un fenómeno que traería beneficios para todos, es la que en la actualidad se encuentra en crisis, debido a la ralentización de los intercambios económicos, a las limitaciones del modelo neoliberal hiperglobalizado y, asimismo, a la retirada en 2016 de Estados Unidos como país líder del orden internacional liberal.

A este respecto, apuntó Andrés Serbin, cabría preguntarse si no existen dos globalizaciones paralelas: una, que responde a la inercia de la dinámica del modelo liberal internacional, y otra, que se está configurando en torno a los instrumentos financieros que ha establecido China y que, en última instancia, conduciría a un escenario de bipolaridad, aún en ciernes.

Como explicó Turzi, esta cuestión resulta crucial para el futuro de las relaciones internacionales, y ante ella es imprescindible contar con un arsenal conceptual y discursivo que no sea binominal. De hecho, una distribución objetiva de poder entre dos polos no determina si la bipolaridad va a desembocar en una lógica competitiva o cooperativa. Como diría el constructivista Alexander Wendt, la bipolaridad será lo que los Estados hagan de ella. Es decir, de momento no hay elementos como para concluir si la relación entre China y Estados Unidos se encamina hacia una guerra comercial o si va a dar lugar a un G2. Y aunque pueden detectarse factores de conflictividad —ante todo, comerciales y tecnológicos—, la rivalidad no ha alcanzado una dimensión de Guerra Fría, de modo que este planteamiento continúa siendo muy reduccionista.

Las relaciones de América Latina con la Unión Europea y Asia

Enlazando con dicha retórica, Paulina Astroza alertó sobre el peso del discurso de una “nueva Guerra Fría” en las corrientes internacionalistas de pensamiento, constatable en propuestas como la tesis de Carlos Fortín, Jorge Heine y Carlos Ominami, que propugnan un “no alineamiento activo” en la región ante la supuesta reedición de la Guerra Fría, con China ocupando el papel de la Unión Soviética.

Es cierto que, frente a Estados Unidos y China, América Latina se sitúa en una posición intermedia (al igual que la Unión Europea), que condiciona el margen de sus procesos de toma de decisiones. Así, muchos países de la región se encuentran tratando con ambas potencias, como ilustra el caso de Chile, que exporta cobre a China (el gigante asiático es su mayor comprador), mientras mantiene sólidas relaciones con Estados Unidos en materia de seguridad o educación.

Pues bien, precisamente para amortiguar esta tensión, América Latina y la Unión Europea deberían reforzar sus relaciones, aunque no resulte fácil. Latinoamérica sigue sin estar entre las prioridades de la Unión Europea, y la relación birregional no acaba de consolidarse. Existen acuerdos de asociación importantes con Centroamérica, con la Comunidad Andina de Naciones, además de con Mercosur. A ellos se agregan los acuerdos con México o Chile, en vías de renovación, entre otras iniciativas bilaterales. No obstante, pese a la existencia de la CELAC, América Latina carece de una institución regional que agrupe todas las voces, y que posea un margen de acción autónomo, esto es, independiente de los cambios de ciclo político de los países de las región.

En su lugar, persiste una profunda fragmentación, que la pandemia no ha hecho sino acentuar, y que se evidencia, entre otros ejemplos, en la falta de cooperación para la gestión de las vacunas. De ahí que las estimaciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) prevean que la región vaya a sufrir los peores efectos socioeconómicos mundiales de esta crisis, de modo que pueda llegar a retroceder a niveles de hace 10 años en términos de pobreza, y que vaya a reabrirse una enorme brecha de desigualdad.

A ello, indicó Turzi, se agrega el creciente peso del eje asiático sobre las estructuras de los procesos de integración latinoamericanos, factor que —unido a la ascendencia de los discursos performativos— deja poco espacio para la articulación de relaciones estratégicas entre la Unión Europea y América Latina. No obstante, matizó, sus países podrían tomar conciencia de lo relevante que supondría configurar espacios de autonomía, en línea con lo que sugería el profesor Juan Carlos Puig, y punto en el que coincidió con Paulina Astroza: América Latina está en disposición de construir un concepto de autonomía estratégica similar al lanzado por la Unión Europea —que, por su parte, también recibe amenazas internas y externas—, que entronque con la noción de “autonomía líquida” teorizada por Esteban Actis y Bernabé Malacalza. Es cuestión de contar con la suficiente voluntad política.

Relatoría redactada por Alberto Urbina
Fundación Carolina

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