La influencia de Rusia en América Latina y el Caribe (ALC) desde la aplicación de las sanciones por la anexión de Crimea en 2014 se enfrenta a serios retos. Las restricciones económicas y el incremento de las tarifas de transporte marítimo impuestos a Moscú afectaron negativamente la competitividad de sus productos de defensa en el mercado latinoamericano. El comercio bilateral, en sus mejores momentos, se situó alrededor del 2,4% en la estructura de las exportaciones de Rusia.
Además, la cooperación en materia económica con Moscú está empeorando debido a la agresiva competencia de las empresas chinas y estadounidenses en la región. La diplomacia de vacunas debía abrir al Kremlin una ventana de oportunidades para redescubrir Latinoamérica, pero su alcance ha quedado mermado a causa de los daños reputacionales tras el 24-F. Sin embargo, la respuesta de ALC frente a la invasión, es una muestra de la escasa coherencia política regional: algunos países condenan los actos de Rusia (Argentina, Colombia, Chile, Paraguay y Uruguay), otros defienden la postura de que el Kremlin fue provocado (Cuba, Nicaragua, Venezuela y Bolivia), y en Brasil y México se ha producido una actitud ambivalente que revela visiones conflictivas entre la presidencia y la cancillería. Finalmente, también hay Estados que claramente pretenden beneficiarse de la confrontación entre Moscú y Washington (El Salvador, Honduras o Ecuador).
Estas incoherencias demuestran que el Kremlin está capitalizando los beneficios de su estrategia de “bajo coste” a través de la presencia mediática, al tiempo que las naciones latinoamericanas no están dispuestas a involucrarse en la confrontación con Rusia por razones indirectas.