Plantear la importancia de la cultura en el ámbito de las relaciones internacionales es cuestión que ha ocupado grandes debates académicos, así como diversas estrategias de formulación de política exterior. Tras el fin de la Guerra Fría, Estados y organismos internacionales han fomentado la creación de agendas de diplomacia pública y defensa de la cultura y la educación, asuntos que asimismo se han incorporado a los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Cuestionar su mera existencia resulta ya obsoleto, de modo que lo que pretende este artículo es preguntarse sobre los diferentes fines y, consecuentemente, sobre la utilidad de estrategias específicas de cultura exterior. Esto es, generar un debate en torno a la causa final de la diplomacia pública y, más específicamente, de la diplomacia académica.
La agenda política de América Latina viene marcada por una desafección cada vez mayor hacia el funcionamiento de las democracias. De acuerdo con los datos del Latinobarómetro de 2023, el apoyo a la democracia se sitúa en un 48%, alcanzando por primera vez el carácter de minoritario. Como señala Mila-Maldonado, la deriva securitaria de las agendas políticas latinoamericanas está provocando cambios en la concepción de la política, ligándola a un horizonte de seguridad y “mano dura”, y alejándola de los procederes democráticos.
No hay duda de que la política exterior se ve afectada por esta cuestión. Los pilares que se planteaban con la diplomacia pública tras el fin de la Guerra Fría y el auge de las democracias están empezando a verse afectados. Así se entienden la ausencia en la región latinoamericana de una estrategia de unificación regional, y las cada vez más frecuentes crisis diplomáticas que involucran a países iberoamericanos, a partir de estrategias poco transparentes, alejadas de una política exterior basada en normas y del recurso a herramientas de cooperación internacional. Cuando se analizan los movimientos de los nuevos actores que critican el sistema liberal construido, el nacionalismo y la autosuficiencia emergen como pilares fundamentales de su discurso. Justifican su acción mostrando no precisar del otro: el alejamiento de lo común por bandera.
Ante estos hechos, surge la pregunta: ¿estas nuevas posturas internacionales están realmente ganando peso e influencia? Y, en su defecto, ¿qué se puede proponer como respuesta?
Los postulados de Newton sirven metafóricamente para contestarla. El filósofo inglés estudió el movimiento de los cuerpos físicos y formuló su ley de gravitación: la fuerza del objeto mediante la cual ejerce una atracción guarda una relación directamente proporcional con su masa. Esto es: cuanta más masa tenga un objeto, más fuerza de acción tendrá. De forma análoga, los cuerpos físicos y los actores políticos no difieren mucho en su funcionamiento. Así, cuando un actor internacional opta por dejar de fomentar la diplomacia pública —el equivalente en este caso a la pérdida de masa física— bajo la argumentación de la falta de necesidad del otro, acaba perdiendo capacidad de acción internacional, esto es: fuerza en su actuación.
A partir de este proceso se ha llegado a una paulatina pérdida de importancia de los procesos de gravitación Estado-ciudadano y Estado-Estado. En consecuencia, plantear un escenario internacional —cargado de interconexiones y transversalidades— desde la ausencia de peso institucional, no es más que un oxímoron.
Para evitar la pérdida de confianza y la posibilidad de unas relaciones políticas estables, resulta entonces esencial mantener la interdependencia internacional. El debate no está en preguntarse sobre si se abren o se cierran las relaciones con otros Estados —necesarias y existentes como la gravitación— sino de qué forma se quieren llevar a cabo. Es en este punto donde la diplomacia pública y, concretamente, la diplomacia cultural, se elevan como herramientas esenciales de mantenimiento y fortalecimiento de las relaciones internacionales.
La diplomacia académica, dentro de las anteriores, se alza como una actividad que permite la construcción conjunta de teorías a partir de prácticas compartidas. De este modo, redefinir ideales conceptualizándolos desde una pluralidad de enfoques, permite orientaciones comunes en el campo de acción político.
En tanto que este proceso busca ganar fuerza colectiva, es necesario entenderlo desde las instituciones; de ahí también su naturaleza diplomática. Ahora bien, la diplomacia académica no debe ser entendida exclusivamente desde una concepción institucional. La dimensión social también forma parte de los procesos de gravitación políticos, y por tanto la participación cumple un rol clave. De lo que se trata no es de academizar las estructuras diplomáticas clásicas, cuanto de democratizar las mismas a partir de la inclusión de la sociedad civil académica.
Los intercambios de investigadores e investigadoras —en tanto actores sociales— entre los países iberoamericanos se vuelven en este sentido esenciales (y las becas de la Fundación Carolina suponen un buen ejemplo). También se entienden así los intercambios entre académicas diplomáticas —como la Asociación Iberoamericana de Academias—, institutos y escuelas diplomáticas. También entran dentro de esta categoría los proyectos de investigación conjuntos y multilaterales que aportan mapas conceptuales compartidos. El objetivo final a alcanzar es la construcción de un sujeto común político activo y autónomo a ambos lados del Atlántico que opere a partir de valores comunes.
Dicho de otro modo, estas estrategias diplomáticas buscan la confluencia de conductas políticas a partir de dos acciones: en primer lugar, el mantenimiento de unos nexos afectivos-culturales compartidos en el espacio iberoamericano y, en segundo lugar, la contribución de unos nuevos significados comunes[1]; acercando así el espacio iberoamericano de naciones al entendimiento mutuo.
Frente a una lógica política confrontativa y opaca en las relaciones diplomáticas, hay una manera pública de operar internacionalmente que permite una autonomía cada vez mayor de Estados: por medio de una red diplomática académica que haga ganar capacidad de acción colectiva y, consecuentemente, peso institucional internacional. Una cuestión que involucra también al ciudadano, no solo por su eventual papel investigador sino también por su condición cívica de actor que puede contribuir a la construcción de conocimiento. En ello radica su potencial como agente de una diplomacia pública científico-cultural
[1] Monier de Armas, R. I., & Altamirano Vichot, A. (2024): “Un acercamiento a los fundamentos teóricos-conceptuales de la diplomacia académica contemporánea”, Política internacional, VI (Nro. 2).