Si hay algo que las Naciones Unidas y el mundo entero han aprendido a la perfección desde su creación en 1945 es que, para transformar de manera real el mundo que nos rodea, no basta con la firma de acuerdos y agendas globales de la envergadura y ambición de la Agenda 2030, la Agenda de Acción de Addis Abeba o el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático de 2015. Estos acuerdos son fruto del esfuerzo negociador de casi 200 países en pro de la construcción del mundo que queremos, pero para operativizarlos es necesario clarificar los principios tractores que residen detrás de cada agenda y poner en marcha iniciativas, alianzas y programas que permitan afrontar de manera concreta los objetivos, metas y resultados que se quieren obtener. En definitiva, se necesitan nuevos esquemas y paradigmas organizativos que permitan liderar y gestionar la transformación mundial a acometer.
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