Un entorno global “más complejo, interconectado y disputado” —como lo ha caracterizado la Estrategia Global y de Seguridad de la Unión Europea (UE)— demanda una amplia redefinición del conjunto de la acción exterior, así como de las políticas de cooperación internacional para el desarrollo: la que se lleva a cabo bilateralmente desde España; la que se canaliza a través de las instituciones de la UE, o en el ámbito iberoamericano, y la que se despliega a través de otras organizaciones multilaterales. En ese escenario global parece haber quedado definitivamente atrás la etapa optimista iniciada con los “felices noventa” (Stiglitz, 2003), dominada por el universalismo liberal de la posguerra fría y las aspiraciones colectivas de un “multilateralismo eficaz”, en la que se definieron los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM).
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