Como acreditado experto en políticas de desarrollo, ¿Cómo evaluaría la evolución del sistema español de cooperación en los últimos quince años?
Mi valoración es positiva, pero creo que ha sido una evolución que nos debería haber permitido superar los retos estructurales que han estado presentes desde la Ley de Cooperación Internacional para el Desarrollo de 1998. Y no ha sido así en parte por la complejidad del contexto, y en parte por falta de decisión.
Ha habido aspectos positivos evidentes. Principalmente en relación a mantener su priorización, independientemente de la coyuntura política y económica. Hay que apuntar que en este periodo ha habido cambios de orientación política en nuestro país, pero, fundamentalmente, hemos enfrentado la crisis económica y financiera mundial de 2008-2009 que puso en duda el valor de la cooperación internacional en todo el mundo. Y aun así hemos seguido siendo un actor internacional solvente, tanto en el plano bilateral como multilateral, como ha quedado demostrado durante la pandemia.
Sin embargo, creo que aún nos queda un importante trabajo que hacer para pensar y movernos como un sistema, palabra que usamos mucho para referirnos a la suma de actores que llevan a cabo acciones de cooperación en España.
Contamos con fortalezas para lograrlo. Por una parte, con una sociedad que se declara y se moviliza de forma solidaria. Eso empuja a los tomadores de decisiones a actuar en consecuencia, tanto en la esfera pública como privada. Incluso con constantes ataques por parte de algunos sectores sociales y políticos, la cooperación sigue siendo parte de la forma de entender el mundo de la sociedad española. Esto nos ha llevado a contar con una riqueza de actores, representativos de ello, en el plano público tanto en el nivel nacional como autonómico y local, académico, empresarial y social que nos hace diferentes a otros países. Especialmente destacaría la participación cada vez más activa del sector empresarial, gracias en buena medida a haber asumido la Agenda 2030 como un desafío propio.
Pero precisamente esta diversidad, que debería ser una fortaleza, se convierte en una ineficiencia sin la adecuada concertación y coordinación. Nos falta fortalecer las instituciones rectoras del sistema, en especial la AECID, diseñar espacios de colaboración más eficaces, y contar con instrumentos de financiación más flexibles y que fomenten las alianzas. No podemos pensar en tener impacto en el siglo XXI con herramientas del siglo XVIII. El Proyecto de Ley de Cooperación para el Desarrollo Sostenible y la Solidaridad Global recientemente aprobado parece ir en esa dirección, pero aún queda llevarlo a la práctica para conseguir avances en el sistema de cooperación.
¿Cuáles son los principales desafíos a futuro de las políticas de cooperación al desarrollo en Iberoamérica, en el marco de la Agenda 2030?
La cooperación y la colaboración con América Latina es más necesaria que nunca en estos momentos. Por diversas razones políticas, económicas y ambientales, en un momento de cambios como el que atravesamos. Pero es evidente que tenemos que buscar un modelo de cooperación que favorezca la convergencia y no se base en la compensación, y que supere los cuestionamientos a trabajar con países de renta media. Me explico. Históricamente hemos tratado de apoyar sistemas de protección social, enfocados en las personas más vulnerables. Gracias a ello se han alcanzado buenos resultados en materia de acceso y cobertura de aspectos básicos, como la salud o la educación. Este apoyo, compensatorio para aquellos que no han logrado subir al tren del progreso, se complementa con cooperación institucional, cultural y, en cierta medida, económica. Lamentablemente esta colaboración no ha sido suficiente para reducir la desigualdad existente en la región, posiblemente su gran asignatura pendiente. Por lo tanto, el gran reto de la cooperación con América Latina es identificar e impulsar las medidas que contribuyan a una mayor convergencia interna, reduciendo las grandes brechas territoriales, tecnológicas, de género, sociales y económicas. Aquí habrá que aplicar posiblemente nuevas recetas, basadas en la sostenibilidad y en los planes de cada país, de cada grupo. Y pensando en el medio y largo plazo, para avanzar sólidamente y con predictibilidad, asegurar que dicha convergencia se produce regionalmente y con otras zonas del mundo.
En relación al curso en el que está participando ¿Cómo describiría el vínculo entre la educación, la cooperación internacional y el desarrollo sostenible?
Son aspectos que están íntimamente relacionados. En mi opinión, en términos de Agenda 2030, hay tres ODS verdaderamente transformadores si miramos a largo plazo: La Educación, la Igualdad de Género y la Acción por el Clima. El resto son necesarios, pero no tienen la capacidad de transformar estructuralmente. Por tanto, la Educación es uno de los factores fundamentales para seguir avanzando hacia un marco de desarrollo sostenible. Y por tanto es uno de los ámbitos que deberían ser cruciales en toda forma de cooperación. Entendiendo para ello una Educación en sentido amplio, a través de la cual se consigan mejores y mayores cualificaciones técnica y académicamente, pero al mismo tiempo consiga formar a personas capaces de impulsar los cambios en sus propios entornos locales que la Región y el planeta necesita. Y eso implica considerar a la escuela como un lugar donde solo se aprende. También es un lugar en el que se recibe atención psicosocial, protección ante la vulneración de derechos, orientación en las etapas más tempranas para descubrir vocaciones y ayudar a identificar los mejores itinerarios para desarrollarlas, acceso a la innovación y a la tecnología. Necesitamos por tanto darle el peso necesario a todo lo que pasa en el periodo en el que una persona se educa para que se convierta en una Educación Transformadora, asegurando la inclusión, la equidad y la calidad en todas las fases y en todos los segmentos de la sociedad.
En esta visión, aparece un reto importante en el cómo apoyar este tipo de políticas a través de la cooperación internacional. Teniendo en cuenta que el acceso a clases sigue siendo elevado, aunque haya un amplio espacio de mejora en términos de condiciones físicas y dotación de medios, la ayuda debería concentrarse en el contenido. De ahí la importancia de trabajar con el profesorado, dándole herramientas para realizar la labor fundamental que ejercen en el aula. De la misma manera, intercambiando conocimiento (mucho del mismo en procesos de cooperación horizontal) para adaptar los currículos conectándolos con las oportunidades de empleo y emprendimiento que ofrece el entorno específico, en una clave de construcción de nuevo modelo de desarrollo a nivel global. Y, por último, en asegurar la inclusión y la equidad de los grupos que parten de situaciones más extremas.
¿Qué papel cree que puede desempeñar el sector privado en la cooperación al desarrollo o en la propia implementación de la Agenda 2030?
Este es posiblemente, en mi opinión, uno de los grandes avances que ha traído el paradigma de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Ha puesto a diferentes actores, que antes venían trabajando desarticuladamente, a trabajar en pos de objetivos complementarios. Esta visión la ha interiorizado rápidamente el sector privado empresarial, y lleva tiempo evolucionando desde las tradicionales acciones de Responsabilidad Social Corporativa o Empresarial, hacia estrategias de ESG (siglas en inglés de ‘environmental, social and governance’). Esto ha sido posible en buena medida por la presión de los inversores, que quieren ver efectos positivos de su inversión, y por regulaciones europeas y nacionales que incentivan este tipo de políticas. Pero lo importante de todo ello es que hemos pasado, de nuevo, de una visión compensatoria de la acción social empresarial, a que la sostenibilidad y el impacto social positivo se convierta en parte fundamental de la manera de hacer negocios. Todavía queda un largo camino por recorrer, pero ya se perciben avances.
Con todo ello, estoy convencido del papel fundamental que van y deben jugar las empresas en el cambio de modelo de desarrollo. Estamos hablando de otra concepción de sostenibilidad en la que la capacidad transformadora de la empresa es necesaria si queremos cumplir con las metas. De toda la empresa, además, incluyendo en ellas a la pequeña y mediana que tanta capacidad de impactar positivamente tiene en los contextos más vulnerables. Para ello deberemos de seguir construyendo espacios de colaboración, que vayan más allá de las clásicas APPD (Alianzas Público Privadas para el Desarrollo), en los que trabajar modelos más robustos de colaboración.
¿Cuál es el papel de Ayuda en Acción como actor humanitario y de desarrollo global?
Ayuda en Acción es una organización española que cumplió 40 años en 2021. Siempre se ha caracterizado por su independencia de cualquier interés político, religioso o económico. Trabajamos en 20 países mayoritariamente latinoamericanos, aunque vamos ampliando nuestra acción en África y consolidando programas de acción social en España y Portugal. Hace algo más de dos años formamos parte de una alianza de organizaciones europeas (Alliance2015), lo que ha expandido nuestra visión de los problemas de desarrollo globales. Llevamos todos estos años apoyando a comunidades y actores en más de 20 países con programas a medio y largo plazo, que inciden directamente en las capacidades de las personas para conseguir mejores oportunidades de bienestar.
En este momento la organización está inmersa en la reflexión que muchas otras organizaciones están teniendo, sobre cómo ser capaces de aportar un valor añadido en un mundo complejo que requiere soluciones complejas. Y lo estamos pensando, resumiendo mucho, en dos aspectos principales.
El primero, como ser una organización innovadora. No me refiero solo a tecnología, que también, sino a como exponernos para generar nuevos y mejores modelos de trabajo. Modelos que generen conocimiento, que impliquen directamente a las personas con las que trabajamos y a sus planes e iniciativas, que tengan claro desde el inicio cual va a ser la política de salida. Y que sean inclusivas, que nos lleven a trabajar con diferentes actores, siempre pensando en que lo importante es el objetivo que perseguimos. Consideramos que es necesario trabajar en facilitar alianzas, identificar el rol que debemos jugar en cada momento, teniendo en cuenta lo que pueden hacer otros actores. Ello supone salir de un “espacio de confort” que en esta coyuntura mundial es muy importante.
El segundo tiene que ver con cómo está formulada tu pregunta. Ayuda Humanitaria y desarrollo. Creo que está siendo el gran aspecto a resolver para muchas organizaciones, y para los grandes actores de la cooperación. Emergencia humanitaria y desarrollo global no deberían ir separadas. Lo primero es consecuencia de la imperfección de lo segundo. En los últimos años, el volumen de situaciones límite a aumentado significativamente. Cada vez más personas se ven privadas de lo más básico en sus lugares de origen, o se ven obligadas a migrar porque las condiciones de seguridad, falta de derechos, hambre o cambios en el clima le obligan a ello. Esto hace a la cooperación cada vez más humanitaria, más de corto plazo, necesaria sin duda, pero que deja menos espacio al desarrollo que debe actuar sobre las causas raíces de estos problemas. La pandemia ha exacerbado aún más todo este proceso. Y la invasión de Ucrania nos lo ha traído al centro de Europa. En este contexto, Ayuda en Acción está trabajando para aplicar un enfoque que combine ambas necesidades: las de la emergencia con las de desarrollo. Conectando ambos en lo que se conoce como Triple Nexus: emergencia – desarrollo – paz. Si no analizamos lo que pasa hoy con lo que viene produciéndose, y con lo que ocurrirá mañana, seguiremos perpetuando la misma situación, poniendo paliativos a un problema que es profundo. En esto estamos volcados en este momento, trabajando para generar modelos basados en evidencias que muestren que esto es posible. Es nuestra manera de aportar a un debate sobre desarrollo que debe considerar la necesidad actual con la que pueden producirse en los próximos año