Hace unas semanas el director de la AECID cumplía 100 días desde el inicio de su mandato. Le preguntamos, entre otros temas, por los retos que afronta la cooperación española ante la crisis causada por la pandemia de la COVID-19, así como por los ejes principales de la estrategia de las “becas de la cooperación española”, en la que se enmarca la convocatoria de Fundación Carolina 2021, 2022.
¿Qué retos afronta la cooperación española a raíz de la crisis causada por la pandemia de la COVID-19?
Son de dos órdenes. Toda cooperación trabaja en contexto, y ahora el contexto se ha vuelto durísimo. No es que antes estuviese fácil, pero los Estados empobrecidos no tienen como afrontar el gasto en salud, la vacunación masiva, el derrumbe de sus empresas, la caída de su recaudación… La cooperación va a ser respuesta al COVID durante bastante tiempo. Hay otra dimensión del reto: nuestros cooperantes no se han ido, no han echado la llave, han seguido trabajando, sin ver a sus familias en España, afrontando riesgos. Ese también es un reto que afrontamos como organizaciones de cooperación. No solo la AECID, todo el colectivo.
¿Qué rol tiene la Fundación Carolina en la cooperación española y cómo puede contribuir a la recuperación tras la pandemia en la región iberoamericana?
La “Carolina” es a la cooperación española lo que Chatham House es a la política internacional o el Instituto Aspen a la reflexión sobre liderazgo. Si estuviese en Londres diríamos que es un think tank – y lo es, un tanque de pensamiento que además utiliza el debate, la reflexión, la publicación como faros para atraer a lo mejor del librepensamiento iberoamericano. Naturalmente que es la nave insignia de la cooperación académica y científica española. Y de hecho contribuye mucho a hallar soluciones, definir estrategias y sopesar los impactos de las políticas públicas en materia de COVID19. La Fundación y sus líderes hacen buena la frase de Lewin según la cual “no hay nada más práctico que una buena teoría.”
La convocatoria de becas de la Fundación Carolina 2021-22 se presenta como “becas de la cooperación española”. ¿Nos podría presentar los ejes principales de esta estrategia?
En realidad, el concepto es muy simple: nos pusimos en el lugar de las personas interesadas en venir a España, desde Iberoamérica, África, los países árabes, el mediterráneo, a estudiar con apoyo de la cooperación, con una beca pública. Y en el lugar de los españoles y españolas que quieren ir a estudiar fuera con ese mismo apoyo público. Y pensamos que teníamos que poner toda la oferta, todas las opciones, en una sola lista, en un soporte informático, unida por el mismo concepto. A España le interesa ese intercambio académico. Por eso decidimos sumar fuerzas, y juntar las becas de la Fundación Carolina y las de la AECID, que son menor en número, y lanzarlas a la vez, juntos. Naturalmente que cada beca tiene sus características, y cada institución su sello, pero al final se unen porque ofrecen oportunidades para el trabajo intelectual desde lo mejor de nuestra academia, con un espíritu de cooperación internacional. Y eso vale para jóvenes líderes, pianistas, informáticos/as, virólogos/as o escritores/as.
La Fundación Carolina ha retomado su labor de laboratorio de ideas, centrándose en materia de relaciones UE-América Latina, multilateralismo, política de desarrollo, o transición ecológica. ¿Cómo valora la generación de conocimiento experto en el campo de la cooperación?
Es un alimento esencial. La cooperación es muchas veces mecánica, y su apego al terreno, que es imprescindible, la hace muy operativa. Se trata de reconstruir viviendas tras un desastre, poner en marcha un programa de salario mínimo, recuperar una economía con estímulos, proteger a las víctimas de la violencia de género, formar a jueces… Y el árbol a veces no te permite ver el bosque. La Fundación es nuestro guardabosque y nos da el mapa del monte con opciones para decidir adónde ir.
El anuncio de la apertura de una Oficina de la cooperación española en Bruselas plasma la vocación europea de nuestra acción exterior. ¿Ve viable que, gracias al liderazgo del Alto Representante, la Unión Europea refuerce su atención sobre la realidad latinoamericana?
Si no lo consigue Josep Borrell, no lo consigue nadie. La UE tiene muchos asuntos de que ocuparse, y hay que trabajar para escalar la lista de prioridades. La vecindad Este ha sido una prioridad natural, por su importancia geoestratégica, y porque países fuertes de la Unión se sienten más cercanos de esos vecinos. Tenemos que poner de moda el concepto de vecindad cultural, en el sentido de cultura política, similitud de nuestras instituciones, de nuestro estilo de vida, de nuestros valores. Los europeos nos parecemos a los Iberoamericanos más que a ningún otro colectivo regional del mundo. Y tenemos más relación con ese continente que con ningún otro. No lo podemos dar por supuesto. Hay que trabajarse esa vecindad.
La naturaleza público-privada de la Fundación Carolina entronca de pleno con el ODS 17. ¿Qué papel piensa que pueden asumir las empresas de cara a la consecución de la Agenda 2030?
Son simplemente imprescindibles, y lo han entendido así. Es una transición formidable: de ser directamente responsables, en su peor versión, del subdesarrollo, de la insostenibilidad y de la explotación, a entender que pueden ejercer un liderazgo positivo y crear riqueza compartida. Claro que no es oro todo lo que reluce, pero en general, asistimos a un cambio sistémico en la empresa. Y es por estrategia: los mejores talentos quieren trabajar para, quieren consumir de, y quieren ver instalarse a empresas responsables, limpias, éticas e igualitarias. ¿Quién prefiere trabajar para una empresa de cultura machista, comprarle a la industria que contamina, y hospedar al inversor que no juega limpio?
Han pasado 100 días desde que asumió su cargo, ¿qué agencia quiere dejar?
Una que nos haga sentirnos orgullosos de la generosidad de nuestro país y de sus profesionales. Una Agencia que esté entre las primeras de Europa y del mundo en Iberoamérica, el mundo árabe y el Sahel. Una Agencia con suficientes recursos para tener una acción humanitaria potente, un pensamiento llevado a la acción con impacto de desarrollo y un colectivo profesional que quiera dejar huella. También quiero conservar cosas que heredamos: un apoyo social impagable y muy mayoritario, una decisión consciente de no hacerlo todo desde el Estado, y de apoyar que la cooperación la hagan también la sociedad civil y las CCAA. Una cooperación que se basa en el consenso de los principales actores políticos de nuestro país. Eso lo quiero dejar como lo encontré.
Por último, ¿podría adelantarnos algunas pistas sobre el borrador de la futura ley de Cooperación?
Es pronto y hay primero que oír al Parlamento y al sector, en un proceso de debate y consultas que se va a desarrollar este año 2021. Pero tal vez se puedan destacar tres notas: por un lado, necesitamos una ley de reforma profunda, no una manita de pintura para adecentar la fachada; la ley debería permitirnos un cambio, para mejorar las condiciones del colectivo profesional, la gestión del trabajo, los procedimientos. Por otro lado, hay condiciones para hacer una ley ambiciosa, que haga intelectualmente coherente a la cooperación española con sello europeo, con la cooperación financiera y con la ayuda humanitaria, ligada al desarrollo que reconstruye tras las crisis. Y finalmente una ley que nos permita crecer para situar nuestra cooperación donde le corresponde a España: en cabeza y junto a las naciones más solidarias de nuestro entorno.