Estás en Madrid para presentar dos trabajos, Heredera del Viento y Hojas K, enmarcados en tu relación con la historia reciente de tu país, Nicaragua, con una aproximación en primera persona que narra tu vivencia del auge y caída de un sueño de transformación social. Dado que ambos proyectos parecen estar muy conectados, ¿qué te ha movido a hablar de esto y qué pretendes comunicar?
Heredera del viento y Hojas de K, efectivamente, son películas que narran la historia de la Revolución Sandinista desde sus inicios hasta su fin en 1990, y el devenir político del Frente Sandinista hasta la actualidad. Hay un trayecto, diría yo, en ambas películas, por la sensación de pérdida del sueño revolucionario, la sensación personal de mi generación, y mía en particular, de haber heredado un sueño roto. Yo tenía la sensación, antes de hacer Heredera del viento, de tener un montón de pedazos dispersos, y la película me permitió poder juntarlos y empezar a narrar mi propia identidad, pero también, al mismo tiempo, la identidad de mi generación, que no hicimos la revolución, sino que la heredamos.
Es largo el recorrido de las prácticas artísticas como dispositivos políticos, de incidencia social. Más allá de un proyecto de orientación intimista, de procesado de una experiencia vital intensa y dolorosa, ¿crees que tu trabajo pueda servir para abrir cauces hacia una posible transformación social? ¿Hay una intencionalidad política en estas películas, o se han vuelto políticas por el momento histórico en el que las has creado?
Ambas películas son profundamente políticas. Esto no es coincidencia, sino una intencionalidad mía, como autora y también como investigadora social que soy. En ese sentido, siempre he pretendido con mis películas abrir espacios de diálogo, espacios de encuentro intergeneracionales. De hecho, cuando yo estaba haciendo Heredera al viento, mi intención era poder plasmar una conversación que no estaba sucediendo. El pasado y la memoria de la revolución era un tabú, había mucho silencio en torno a las vivencias, sobre todo humanas, personales, en torno a ese evento histórico. Con Heredera del viento, yo quería plantear un diálogo intergeneracional que no estaba ocurriendo en Nicaragua; en la Revolución Sandinista los efectos de la guerra en la familia, en el país, en la sociedad, no se hablaban. Era un tabú. Quería plasmar eso y poner en primera línea estas vivencias, todos estos dolores, esperanzas, ilusiones y amor, porque Heredera del viento habla de algo, habla del amor, del amor ético, del amor colectivo a través de una historia familiar.
En definitiva, con ambas películas, para mí es muy importante poder abrir esos espacios, esos canales de diálogo que nos permitan mirarnos a nosotros mismos desde lo más profundo, preguntándonos quiénes fuimos para poder entender quiénes queremos ser. En ese sentido, las películas ponen el dedo en la llaga donde más nos duele: en las pérdidas de esa guerra de los años 80 que nos enfrentó entre nicaragüenses, y por otro lado en el conflicto actual que también nos tiene divididos y polarizados.
Hojas de K, cortometraje realizado a partir de los testimonios de 10 mujeres que participaron en la insurrección cívica contra el gobierno de Nicaragua en 2018, se ha realizado con importantes medidas de seguridad y con la mayoría del equipo en el exilio. ¿Cómo ha sido esta experiencia?
Hojas de K es un cortometraje documental animado que narra la historia de 10 mujeres que participaron de las protestas cívicas de 2018 en Nicaragua, y que valientemente compartieron sus historias conmigo. Rodar en medio de un contexto de represión es tremendamente difícil. Yo en ese momento me encontraba preparando el rodaje de una serie documental sobre el levantamiento cívico de abril, cuando me vi obligada a tener que salir del país. Había entrevistado a 10 mujeres que participaron en las marchas de 2018 y que, muy valientemente, fueron a ejercer su derecho a la protesta cívica. Sin embargo, como represalia vivieron experiencias de violencia estatal y paraestatal.
Jamás me hubiese imaginado que tres días después yo iba a estar viviendo también violencia estatal al tener que verme obligada a dejar mi país, mi familia, mi trabajo, mi casa, mi jardín. Hacer cine en esas condiciones es realmente jugártela, es, de manera definitiva una situación extrema, una situación en la que para mí lo más importante, además de mi seguridad, era poder resguardar esas historias. Una de las cosas que hice fue esconder en mi maleta los audios que había grabado y, una vez que llegué a puerto seguro -ya estaba fuera de Nicaragua- reencontré esos audios. Me sentía como parte de un naufragio, y abrir esa maleta significó: “bueno ahora qué voy a hacer otra vez, estoy frente a distintos pedazos de mi vida y ahora cómo los voy a juntar de vuelta”. Cuando volví a escuchar esos audios me llené de la valentía de la resiliencia y de la fuerza de esas 10 mujeres que entrevisté, y me dije a mí misma: “no me van a callar, voy a seguir contando historias, y así sea que no puedo volver al país, que no puedo filmar el territorio, el país como tal, pues voy a recrearlo y voy a continuar haciendo cine como sea posible”.
En ese sentido, la animación llegó como una gran solución a la imposibilidad de la imagen, y fue un gran descubrimiento. Yo nunca había hecho animación, y poder trabajar con gente que además estaba o en el exilio, o bien en Nicaragua en situaciones de peligro, fue profundamente transformador. Para mí, ver el compromiso de todo mi equipo y poder, a pesar de la prohibición, contar estas historias poder poner voz a estas mujeres fue profundamente maravilloso.
Eres una mujer haciendo cine y desde el exilio. ¿Cómo ves la escena del audiovisual hecho por mujeres en América Latina? ¿Qué temáticas o tipos de proyectos son predominantes entre ellas?
Hacer cine como mujer en América Latina no es fácil. Yo siempre digo que somos “quijotescas”. La verdad es que se requiere mucha valentía, mucha resiliencia, mucha entereza, mucho tesón para poder contar estas historias contra corriente, contra todo pronóstico y, muchas veces, contra los poderes fácticos. Me parece que, en términos de cine latinoamericano, somos muchas mujeres haciendo cine y la escena me parece muy vibrante, muy emocionante, y creo que las mujeres estamos probando los límites y trascendiendo los límites de la forma, de las historias, de las puestas en escena, en general tradicionales. Eso es muy emocionante. Sobre todo, creo que el tema de la memoria, al menos en el mundo documental, es un tema en el que estamos trabajando muchas mujeres en América Latina, y me siento muy orgullosa de ser parte de ese grupo de mujeres valientes.
Hojas de K narra la historia de una joven de 17 años que, por protestar contra una reforma de la seguridad social, es puesta en prisión y violentada. El corto aborda el tema de la violencia sexual de una manera muy delicada. La película sobre todo quiere ahondar en el hecho de que el cuerpo de las mujeres tiende a ser siempre el campo de batalla en las guerras o en los conflictos. Con esa película quiero trascender esta idea de que la violencia de género solo está del otro lado, con los malos, con el enemigo. No es así. La violencia de género, en Nicaragua en particular, es algo que está profundamente arraigado en la psique social, en el comportamiento político social y, por ende, es una problemática que nos atañe a todos y a todas. La película quiere trascender esta concepción de las ideas duales y de los bandos, y poner sobre el escenario y sobre la mesa el gran problema, el terrible problema que es la violencia que aqueja a niñas adolescentes y mujeres adultas en estos contextos de violencia.
Has sido participante de la última edición del Programa Mujeres Líderes Iberoamericanas, organizado por Fundación Carolina. ¿Cómo valoras esta iniciativa y qué te ha aportado poder compartir esta agenda con otras mujeres de la región? ¿qué destacarías de ese encuentro?
Fue un gran honor para mí poder participar en el encuentro de Mujeres Líderes Iberoamericanas. La verdad es que fue tremendamente enriquecedor poder conocer las problemáticas diversas, profundas, de cómo la violencia se ha ido expresando en los distintos países iberoamericanos a lo largo de la historia. Para mí fue muy empoderador poder estar con mujeres tan fuertes y luminosas. Muy inspirador poder intercambiar puntos de vista, experiencias personales, análisis políticos y sociales. También todo el bagaje de cada una, para poder tratar de entender cómo la violencia de género se ha entronizado y continúa profundizándose. Hablamos mucho sobre los desafíos que están en este momento amenazando los derechos conseguidos por las mujeres y, en ese sentido, poder crear alianzas, poder tejer redes entre nosotras, fue, creo yo, uno de los principales resultados de este encuentro.
Las actividades que se van a desarrollar en esta semana se están promoviendo desde la Red Carolina, una herramienta de la Fundación para potenciar las relaciones de intercambio, cooperación y aprendizaje que genera a través de sus programas. En la agenda de tu visita está previsto, además del encuentro de mañana, una clase magistral con el alumnado de la UC3M ¿Cómo valoras esta iniciativa?
Poder compartir con alumnos y alumnas de la universidad es para mí una gran alegría, un honor. Me llena de mucha emoción porque creo que uno de mis roles es poder compartir mis experiencias y poder dar aliento a personas jóvenes que quieran trabajar y dedicarse en estos ámbitos de la cultura, de la transformación social. Lo que yo pueda compartir con ellos y ellas es para mí algo muy valioso.
Una de las cosas que siempre intento resaltar cuando estoy con jóvenes es la importancia de equivocarse. Para mí es muy importante el error y no tener miedo a fallar o a equivocarse, porque es justamente en esos momentos en los que hay aprendizajes trascendentales y el coraje sale. Estoy muy contenta de poder compartir mis experiencias, mis conocimientos, mis decisiones también artístico-estético-políticas, con todas ellas y ellos.