La teoría feminista de las Relaciones Internacionales es, quizás, el marco con mayor potencial crítico para re-imaginar el mundo, la sociedad, el progreso humano, y construir utopías posibles y deseables. Es una teorización subversiva, en el sentido literal del término, lo que es muy positivo porque es transformador.
Esa teorización parte de una pregunta elemental En el sistema internacional ¿Dónde están las mujeres? Si recordamos la foto de familia de una cumbre de líderes del G20, en cualquier de sus últimas reuniones, comprobaremos hasta qué punto están ausentes y están excluidas. Las mujeres apenas están presentes, aún, en cargos ejecutivos. Sólo 10 países están presididos por una Jefa de Estado, 13 países tienen Jefas de Gobierno y sólo el 21% de quienes son titulares de ministerios son mujeres. Además, en general se les asignan carteras en ámbitos considerados menos relevantes, como asuntos sociales o familia, y en mucho menor medida asume los de economía, defensa o finanzas. Esta desigual participación también se verifica en la política exterior española, donde las mujeres representan, a pesar de esfuerzos sostenidos, el 28% del personal diplomático y el 21% de las jefas de misión.
Esto no significa que haya un desinterés histórico de las mujeres en la política exterior o las relaciones internacionales, sino que hay que buscarlas en otra parte: lo encontraremos, por ejemplo, en la agencia de las mujeres que se expresa en el feminismo pacifista. En España, en las madres que se manifestaron en Zaragoza contra el embarque de los hijos de la clase trabajadora a la guerra de Cuba, que reseñó el diario “El Socialista” en 1896; en las mujeres de nacionalidades enfrentadas en la guerra que se reunieron en el Congreso de La Haya de 1915 y se movilizaron para detener la I Guerra Mundial; en el campamento de Greenhan Common, contra las bases de euromisiles en el Reino Unido en la “segunda Guerra Fría” en los años ochenta del pasado siglo; o en las mujeres de “Pink Code”, activistas contra la guerra de Irak de 2003.
También hay que mirar a la vida y experiencia de las mujeres en posición subordinada y excluida, y aparentemente banal: y mirar justo ahí, en los márgenes, es lo que permite una comprensión completa del sistema internacional, mas allá́ de mirada del “hombre de Estado”, de la “alta política” y el “interés nacional” Como señaló Jacqui True, “El conocimiento que emerge de las experiencias de las mujeres ‘en los márgenes’ de la política mundial es en realidad más neutral y crítico al no ser tan cómplice de, o ciego con, las instituciones y relaciones de poder existentes”.
Desde las enseñanzas de la teoría feminista de las relaciones internacionales ¿Qué significa asumir una política exterior y de cooperación feminista?
En primer lugar, representa un giro epistemológico y cognitivo. Asumiendo que el conocimiento es el reflejo de las relaciones sociales bajo el patriarcado, se trata de identificar y desvelar cómo opera en “lo internacional” la relación entre género, poder y conocimiento, y de qué modo esa relación contribuye a la reproducción y sostenimiento de las desigualdades de género. Implica poner en cuestión discursos, categorías y conceptos que utilizamos día a día creyendo que son “neutros” desde el punto de vista del género: Estado, poder, nación, desarrollo, progreso, diplomacia, defensa, seguridad. Ninguno de ellos es neutro, pero no somos conscientes de ello en la medida que los tenemos naturalizados. Por ello, la tarea es doble: hay que deconstruirlos desde la perspectiva crítica del feminismo, para luego crear nuevos conceptos capaces de diseñar prácticas e imaginarios sociales igualitarios y más justos.
Esos conceptos y práctica han de traducirse en nuevos análisis del escenario internacional, en una comprensión diferente de la política exterior, e implica también desafiar el modus operandi de los procesos políticos actuales defendiendo la cooperación sobre la dominación, fomentando alianzas e inclusión en vez de dominación y exclusión, y promover comunidades compartidas en cuanto a la ética, el discurso y las prácticas.
En segundo lugar, asumir una política exterior y de cooperación feminista supone dar prioridad a la igualdad de género, y los derechos y el empoderamiento de las mujeres y las niñas, desde una óptica interseccional. En este sentido, además de transformar el lenguaje e incorporar la retórica feminista, urge un programa de acción inmediata que aborde la exclusión de las mujeres, tanto material como simbólicamente, de las instituciones y espacios de la política exterior y de cooperación. Esto requiere, por un lado, ser conscientes de la tensión que supone la incorporación de mujeres por instituciones que aún son masculinizadas y patriarcales y la importancia de potenciar no solo el equilibrio numérico dentro de las organizaciones, sino de impulsar liderazgos transformadores.
Por otra parte, priorizar una óptica interseccional reclama difundir y promover la defensa de los derechos de las mujeres conociendo las múltiples desigualdades que las atraviesan. Esto implica alentar acciones concretas que eliminen distintas formas de violencia de género (sexual, física, económica, simbólica, psicológica), así como trabajar activamente en alianzas que recojan el trabajo de la sociedad civil apostando de modo integral por el reconocimiento, la redistribución y la representación como claves de la justicia e igualdad.
Tercero, una política exterior y de cooperación feminista reclama reconstruir las agendas de lo internacional desde la perspectiva de la igualdad de género: la paz y la seguridad, el desarrollo sostenible, el medio ambiente o la agenda de la democracia y los derechos humanos. En todas ellas es necesaria una nueva visión informada por la igualdad de género que no caiga en esencialismos o se limite añadir “la mujer y sus problemas” a esas agendas. Por el contrario, se trata de dar relevancia a situaciones y problemáticas específicas y diferenciadas de exclusión, desventaja e invisibilización de las mujeres. En esta línea, debe prestarse atención a propuestas que integran la voz, las ideas y la acción de las mujeres en asuntos claves de las relaciones internacionales, como, por citar un área clave, los procesos de paz y de rehabilitación posbélica y de prevención de la violencia y promoción de la paz.
Cuarto, enlazado a lo anterior, tener una política exterior y de cooperación feminista exige asignar recursos específicos a esta prioridad para hacer frente a los obstáculos estructurales a la igualdad efectiva. Para establecer alianzas con las organizaciones de mujeres y forjar coaliciones novedosas de actores se necesitan recursos humanos (personal capacitado), económicos (materiales y financieros), cognoscitivos (saberes e inspiración) y de gestión (metodologías). Identificar capacidades disponibles e incorporar los objetivos de igualdad de género con planes de acción con calendarios de ejecución, indicadores precisos y mensurables, resultará clave para que los buenos deseos aterricen en la realidad y la transformen.
Implementar una política exterior feminista requiere, en suma, liderazgo y compromiso político con capacidad de movilizar a personal funcionario y de gestión de todos los niveles; participación de los propios actores de modo que el producto se sienta genuino y propio; gobernanza regular y revisable del proceso, y apoyo en las funciones de coordinación de alianzas. En esta línea debe repensarse no solo la acción hacia afuera de la organización sino también su modo de operar interno. Resulta central fortalecer la perspectiva de género en el trabajo de recursos humanos de modo de impregnar todo el proceso y capacitar al personal en temas y metodologías de género. No habrá política exterior feminista ni transformación real y continuada si sus actores no abrazan las reivindicaciones feministas.
La Fundación Carolina aspira a ser parte de esas alianzas y acciones que, en clave europea, ejemplifican iniciativas como “¿Dónde están ellas?” para asegurar una participación paritaria, o aquellas que, en España, forman parte del prometedor programa de política exterior feminista. También pretendemos promover una conversación racional e informada sobre esta cuestión, y ampliar acciones e iniciativas en marcha, como una oferta de posgrado específica con másteres de género destinado a formar profesionales con efecto multiplicador en el diseño y aplicación de políticas de igualdad; un programa de becas STEM dirigido a mujeres destinado a cerrar la brecha de género en la ciencia y la tecnología; con cuotas en los programas dirigidos a cineastas para asegurar la paridad; el programa de visitantes de mujeres lideresas; y alcanzar la paridad en las mesas redondas, seminarios, publicaciones, becas, y en todos los ámbitos de actividad.
Desarrollar una política exterior y de cooperación feminista debe hacerse desde la horizontalidad y el trabajo colaborativo, desde un lugar de empatía y conexión, para entablar conversaciones en lugar de construir muros o actuar de manera condescendiente. Se trata de cuestionar y desnaturalizar categorías y conceptos, enriquecer el debate introduciendo nuevos términos y valores, capacitar y formar en estas materias a ciudadanía, personal técnico y funcionario, y a miembros del gobierno sin perder de vista acciones correctivas y afirmativas que aborden las trabas formales, culturales y psico-sociales que impiden la igualdad.