Un mes antes de su muerte, se publicaba la historia de su vida en el libro Pioneras de la Ciencia en Panamá, junto a las de otras 23 mujeres panameñas que se abrieron camino en una época en que los campos científicos estaban dominados por hombres. Durante la presentación del libro, se resaltó que muchas de estas mujeres, como la profesora Mireya, no formaron familias propias. Y las que sí, debieron encontrar “estrategias” para no sacrificar sus profesiones.
Aunque esta decisión entre carrera y familia debería ser algo del pasado, las cosas no son muy distintas para las científicas de hoy en día de lo que fueron hace más de medio siglo. A una de mis amigas de la infancia, doctora en educación en sus treintas, le llegan estudiantes mujeres a preguntar cómo hace para ser científica y madre al mismo tiempo. Ningún estudiante varón ha expresado esa inquietud.
A diferencia de lo que experimentaron las Pioneras, nacidas entre finales del siglo XIX y mediados del siglo XX, actualmente existe un gran impulso por entusiasmar a las niñas y adolescentes con profesiones STEM (ciencia, tecnología, ingeniería, matemáticas). Y los datos, no solo en Panamá, sino globalmente, muestran patrones similares: existe un balance entre la cantidad de mujeres y hombres estudiando carreras científicas a nivel universitario. En algunas, incluso, son más las mujeres.
Lo que no se ha puesto de moda todavía es apoyar a esas mismas niñas cuando son científicas en sus treintas: años en que no solo están empezando a crecer profesionalmente, sino que el reloj biológico comienza la cuenta regresiva. Por lo tanto, en los rangos más altos de las ciencias, incluyendo los puestos de toma de decisiones, las mujeres van disminuyendo o desapareciendo. Según la UNESCO, solo el 30% de investigadores en el mundo son mujeres. Las metáforas para describir este fenómeno son varias, desde el techo de cristal, hasta la tubería con fugas o el suelo pegajoso.
Muchas de estas fugas están relacionadas con barreras estructurales; es decir, no tienen que ver con las habilidades de las mujeres, sino con estereotipos de género que promueven el trato diferenciado entre hombres y mujeres tanto en la familia como en el lugar de trabajo, haciendo más difícil la conciliación entre ambos ámbitos para ellas.
Un artículo de 2019 en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) halló que el 43% de las mujeres abandonan el empleo STEM a tiempo completo después de tener su primer hijo, y que las nuevas madres tienen más probabilidades que los nuevos padres de abandonar este tipo de empleos. Otro artículo en la revista Entropy, sobre diversidad en las carreras STEM, habla de las largas jornadas laborales, la disponibilidad en el lugar de trabajo o los viajes, como situaciones que pueden percibirse como sacrificios en la vida personal sin ganancias profesionales para las mujeres.
Ante la ausencia de políticas públicas o empresariales que permitan reducir estas brechas de género, las mujeres que desean avanzar profesionalmente, sin sacrificar la posibilidad de formar una familia, aún necesitan encontrar “estrategias”. El Diagnóstico de género sobre la participación de las mujeres en la ciencia en Panamá, publicado por la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (SENACYT), recoge algunas de las condiciones favorables para lograrlo: nivel socioeconómico, identidad étnica hegemónica, buena salud, padres responsables y con conciencia, maridos aliados, planificación de su maternidad y empoderamiento personal.
Esto deja en evidencia que, para progresar como mujer en la ciencia, se deben tener ciertos privilegios. Entonces, ¿qué tanto más alto es ese techo de cristal, o qué tantas más las fugas en la tubería para mujeres de estatus socioeconómico bajo, racializadas, con discapacidades o sin redes de apoyo? Y, ¿qué más se puede hacer para equiparar las condiciones entre las mismas mujeres?
Como subraya el mismo diagnóstico de la SENACYT, un sostén indispensable para las mujeres en carreras STEM suelen ser otras mujeres: sus madres, mentoras o las trabajadoras domésticas, son algunos ejemplos. Como en otros ámbitos de la vida, las mujeres van tejiendo redes sociales entre ellas para prevalecer ante las condiciones desafiantes. Y estas redes también se tejen en la virtualidad —por ejemplo, por medio del hashtag #Momademia en Twitter, con el que madres académicas se desahogan o piden consejos— una forma de acompañarse en la distancia, en un camino que muchas veces puede sentirse solitario.
Sin embargo, la escasez de científicas senior, evidenciada en un artículo de PNAS de 2022, deja “menos mujeres para servir como mentoras y modelos a seguir para las jóvenes científicas”, impactando directamente en uno de los pilares de las redes de apoyo de otras mujeres para las mujeres en STEM.
Entendiendo que los cambios culturales toman tiempo y que estos suelen ir de la mano con los avances en políticas públicas, es posible que una solución más inmediata radique en las políticas propias del lugar de trabajo. Un ejemplo de recomendaciones que se pueden incorporar para avanzar en la equiparación de oportunidades entre hombres y mujeres, son las que plantea un grupo de padres de las Naciones Unidas en este artículo. Aunque no es la solución a todos los obstáculos estructurales a los que se enfrentan las mujeres en STEM a lo largo de sus carreras, es un paso en la dirección correcta.
Y es que al final, más allá de ser un tema de justicia, al tener mayor equidad entre hombres y mujeres en campos científicos y tecnológicos, así como equipos más diversos e inclusivos, ganamos todos. Estos grupos con mayor representatividad, pueden plantearse preguntas que sean relevantes para una población más amplia y que aborden de manera más novedosa e innovadora los principales desafíos que enfrentamos hoy en día y los que enfrentaremos en el futuro, como las pandemias o el cambio climático.