Por: Camila Ríos Armas
A veces se nos olvida lo humano. La solidaridad y empatía se cuelan por las ranuras de la acera que día a día recorremos en nuestra cotidianidad ciegasordomuda. Creemos muchas veces, metidos en nuestras mascaras, que el otro no nos ve, o que nuestro esfuerzo es vago y solitario. Vivimos sumergidos en nuestra realidad inmediata y viendo de reojo el mundo que está allá fuera. Lo nombramos en tercera persona como si no fuera, también, nuestro mundo. Son estos algunos de los motivos que hacen de la iniciativa Jóvenes Líderes Iberoamericanos, realizada por la Fundación Carolina con auspicio del Banco Santander y Fundación Rafael Del Pino, una loable labor.
Este año se llevo a cabo la décimo segunda edición de un programa que busca fomentar la integración iberoamericana y la sumersión de sus integrantes en la realidad político, social y económica de España y Europa. Bajo un riguroso proceso de selección formaron un grupo de 6 españoles, un portugués, y 43 latinoamericanos; lo llamaron un grupo de 50 iberoamericanos. Así se me presentó cuando me anunciaron ser una de las seleccionadas. Lo veía complicado, extenso y hasta algo etéreo, pero al llegar a Madrid y verme al lado de los otros 49 seleccionados todo pasó de lo inasible a lo material. Entendí en menos de 24 horas que la experiencia tenía que ver con nuestro lado humano. Entraría en contacto con los países a través de sus rostros, y si nos vamos a la etimología de la palabra persona, hasta podría decir que entraría en contacto a través de sus máscaras. Cada uno, como en la antigua Grecia, llevaba ante sí no la máscara de un rol específico en una obra de teatro, sino la máscara de su país, de sus orgullos y sus vergüenzas, sus logros y fracasos.
Nos convertimos en viajeros y como todo viajero, en receptáculos de lo nuevo, de lo inédito, gracias a una densa agenda que incluía viajes a Bruselas, Brujas, Gante, Toledo, Santiago de Compostela, Coruña y Madrid, y visitas a lugares emblemáticos como el Parlamento Europeo, la Catedral de Santiago, la sede de la Real Academia de la Lengua Española y el Palacio de la Moncloa, por nombrar algunos, o lugares excéntricos como la Ciudad Financiera del Banco Santander, en donde entre olivos de más de mil años nos adentramos en el modelo de esta entidad bancaria. Para algunos, ciudades ya conocidas, incluso ciudadanos de esas ciudades y para otros, primera vez en el continente viejo.
Las ponencias, conversatorios, paseos, fueron el espacio perfecto para aprender. Para buscar respuestas pero, sobre todo, para generar más preguntas. Tuvimos el privilegio de ser recibidos siempre por altos funcionarios de las entidades que visitábamos, haciendo del programa no solo una experiencia vital en el aspecto personal sino también en el profesional. De la mano de los ponentes, pudimos tener un conocimiento y compresión mayor de la identidad iberoamericana (Bruno, Brasil) y, sobre todo, de la realidad española y europea.
Hubo muchas historias personales que, como dice Tania (España) se contagiaban, haciendo de la travesía una experiencia de libertad y felicidad (Javier, Honduras), en el que la solidaridad entre pares es posible (Santiago, Argentina) y la conciencia del otro y de cuánto puedes llegar a conocerlo se hace real (Luis, Perú). Fue una experiencia que nos hizo comprobar que sí bien existen fronteras entre nuestros países, nos une a todos una misma raíz (Carla, México). Una raíz que contribuye a la conformación de un sentimiento identitario (Silvia Elena, Nicaragua), un sentimiento de gran familia (Patricia, España). Y no es poca cosa que un programa logre exacerbar ese sabernos hermanos aun en la diversidad de culturas que nos separan (Indira, Cuba), o que nos coloque en el rol de ser personas adultas fuera de nuestros países (Juliana, Colombia), personas ávidas de conocimientos y llenos de dudas.
Y es para mí, justamente, esto lo que más me asombró de todo lo vivido: lograr sentirnos más personas. Lograr sentir la fascinación por la vida, como lo hacen los niños (Sofía, El Salvador) y sentir la formación de nuevos lazos amistosos, amigos que se quieren visitar en sus casas (Fernando, Bolivia). Un grupo muy especial en el que cada uno fue la pieza de un puzzle (Elizabeth, Uruguay) conformando ese espacio iberoamericano que para algunos, era ajeno. Para los propios españoles, vivir su realidad bajo otros lentes, como outsiders, fue algo que estoy segura marcó sus vidas. Para Borja (España), el programa le permitió abrir los ojos ante un mundo completamente diferente lleno de amor, sensibilidad, cariño y gente trabajadora. Y para Ivo (Portugal), más que llamarse europeo prefiere llamarse iberoamericano, nombre que arropa a cada una de las personas que para él dejaron un sentido de espacio común para todos.
Gracias a la Fundación Carolina, de la mano de sus representantes, vivimos una experiencia maravillosa en la que 50 personas con talentos muy diversos, que aún seguimos descubriendo (Eugenia, Venezuela), pudimos conocer aspectos variados como qué discuten en la Real Academia, cuál es el modelo de INDITEX, cómo Repsol llegó a ser la empresa que es, de qué manera el Banco Santander se ha convertido en una de los cinco bancos más importantes del mundo, cómo está organizado el Parlamento Europeo, cómo es que los molinos no son sólo invención de Cervantes sino también energía verde y cómo la fe tiene casa en una catedral como la de Santiago de Compostela. Haciendo eco de las palabras de William (Panamá), mis 49 compañeros me hacen creen en ese futuro prometedor y me inspiran a seguir adelante, o de las palabras de Esteban (Ecuador) “esas dos semanas fueron una inyección de vitamina para alimentar los sueños y compartirlos con más gente, genuinamente interesada en conocer más”. Y es esa saudade de compartir, como la llama Luis (México), lo que nos hará buscarnos, seguirnos e ir más allá de esas dos semanas para llegar de nuevo a ese lugar que nos permitió descubrir que “la vida no espera por nadie y que ella está ahí. Que se mueve sin parar golpeando nuestros corazones y jugando con nuestras mentes. Pero que también fluye internamente por nuestros sentimientos y pensamientos y que nos vuelve cada día más humanos” (José Luis, Argentina).
Queda en nuestras manos la inmensa tarea de hacer resonar todo lo aprehendido. Que ese lugar se vuelva espacio real con proyectos concretos en nuestras ciudades de origen. Y que lo que fue una experiencia personal la transformemos en una experiencia colectiva, llena de desafíos, de impacto y cambio. Luego de haber participado en la XII edición del Programa Jóvenes Líderes Iberoamericanos, cada uno, desde su área de estudio o trabajo, recordará que hay algo más allá y que justamente esa conexión con lo que está más allá viene de nuestro interior, viene del sentir, del latir humano que nos caracteriza y que hoy estoy segura, nos llevó a encontrarnos.